miércoles, 6 de enero de 2016

El niño del pelo dorado y como este salvó al árbol de Ildrún. Por Omar Ruiz.

Cuentan los astros, que el árbol legendario de Ildrún fue alimentado por el cabello dorado de un niño. Nadie sabe si la historia es cierta o simplemente ha sido embrujada por el paso de los años, pero lo curioso es que todavía, cientos de años después, el gran tronco de la naturaleza crece evadiendo sequías, guerras e inviernos. Sus hojas llegan hasta el cielo y brillan camuflándose en la noche. Aun así, tuvo una historia que se remonta a una época oscura, donde la luz era escasa en los corazones de los habitantes de Ildrún. La amenaza de una sequía inminente, gozaba de ser un fantasma vivo, que andaba por los caminos y calles de este mundo. La gente no comía, los niños no reían, el agua era un bien escaso, y el padre de todo ser, el árbol legendario, ya no era legendario. Sus hojas no brotaban. Los cientos de pájaros y seres que vivían arropados bajo sus ramas huían, pues sus brazos celestiales ya no les protegían. Cada día que pasaba, cada sol que nacía, cada luna que moría, aquel árbol se convertía, cada vez más, en un monstruo feo y decadente, alejado de su época de amor, magia y esplendor. Su apariencia era terrorífica, salvo para un niño. Un Ildruense de cabello dorado. Bueno, algunos y algunas afirman que eran dorados, otros simplemente dicen que su pelo brillaba como el oro bajo cualquier rastro de luz. Dejando a un lado su melena, este niño seguía visitando al viejo árbol día tras día, igual que hacía antes. Jugaba entre sus ramas caídas. Erguía entre sus ramas, raíces y recovecos grandes batallas en mundos imaginarios. Escribía sus recuerdos en su corteza y cuando se cansaba, recogía unas cuantas ramas que servían como leña para calentar tantas noches de invierno. A cambio, el niño se arrancaba un pelo de su abundante melena por cada tronco que se llevaba, y lo ataba entre sus raíces. Nadie sabe que poder tuvo aquel niño, nadie recuerda su nombre, pero sin apenas hacer nada, salvo demostrar su amor y respeto por el aparente monstruo decaído, hizo que con el paso de los días volviera a la vida. Los pájaros volvieron a sus ramas. Las hojas volvieron a brotar y la sequía amenazante se esfumó cual pesadilla. La gente reía y los niños jugaban. Y todo esto ocurrió sólo, por qué un niño cualquiera creyó en algo caído, lo trató con igualdad y respeto, y entregó una parte de él a algo tan hermoso como nuestra hermana naturaleza.